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domingo, 24 de abril de 2011

De compras

Empujaba un carrito de acero inoxidable, mientras las puertas se abrían automáticamente.
Los pasillos pulcros a esa hora de la mañana (serían las nueve), las islas vacías, la óptica a medio abrir, el cajero del banco con la pantalla parpadeante, último recuerdo de que ayer fue quincena; él sigue empujando el carrito.

Su tenis izquierdo hace un ruido extraño, como rechinido, y él comienza a frustrarse; luego toma el camino de la derecha, toma unos cuantos botes de yogur, un galón de leche (por globalización aparente, ya no venden la leche por litros) y pide medio kilo (éste sí, kilo) de embutidos.

Continúa caminando, zigzaguea por los pasillos, se podría decir que hasta juega con el pequeño carro, que para variar está defectuoso de la rueda delantera derecha. Toma la primera cosa a su alcance en los estantes y la mete al carro, suena el celular, él lo saca de la bolsa, lo mira y lo apaga, sin contestar, después de todo ni tiene tiempo para hablar con aquella niña de la que se ha enamorado…


Mira, busca como loco en los estantes siguientes, toma galletas y cereales, luego pastas y unas cuantas bolsas de frijoles, luego va por las verduras, luego las frutas; unos cuantos duraznos después, hace fila para comprar pan.

El carro está más que lleno, mira alrededor, no vaya a ser que le falte algo.
Apenas puede con el peso del carro, las personas lo miran extrañadas, después de todo ¿cada cuánto tiempo ves a un muchacho de dieciséis años haciendo compras tan masivas?


En fin, hizo fila.
El ‘bip-bip’ de la caja registradora lo sobresaltó.
La cajera lo miró al ver que no vaciaba su carrito, “joven”, dijo, “¿va a pagar eso?”.
“No, se me hace tarde”, respondió.
Salió de la tienda…

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