Camina por el pasillo.
Él la mira.
No es la primera vez que se cruzan por ahí; aquella escena se repetía todos los días desde la primera jornada dentro de la escuela, siempre a la misma hora.
Sus miradas, casi por costumbre, se cruzan una y otra vez, mientras ambos fingen buscar lo mismo cada día en sus mochilas.
Cuando pasa, su olor queda en la atmósfera; él, de nuevo, queda maravillado y suspira. Ella se ruboriza, mientras intenta ver de reojo a aquél que finge un gesto de distracción.
Él toma valor.
Espera a que esté a tres pasos de distancia y le llama. Ella voltea.
Ambos se sonríen, dicen sus nombres y descubren lo que ocultan sus ojos.
Nada es gris desde ese día.
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