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domingo, 24 de abril de 2011

Un ir sin más volver...

“…Un ir sin más volver, como dos ríos.”

Dejó el libro sobre sus piernas y miró hacia arriba, después de haber leído aquella, su glosa favorita.
Un joven lo miraba con gesto de distracción, después de todo el maltratado libro de Curso de Literatura que sostenía en sus manos llamaba la atención en aquella temporada en que las clases habían terminado…
El ritmo, el vaivén y la extrañeza del entorno eran significantes; casi mágicos.
No sabía exactamente por qué había salido de su casa, y dudaba haber avisado siquiera a su madre… aún así no estaba preocupado.
No recordaba cómo llegó al Transmetro, ni siquiera cuánto había pagado por su boleto; ahora solo se dejaba llevar por la situación, tarde o temprano llegarían al metro.
Para cuando se dio cuenta, estaba ya subiendo las escaleras de la Estación Sendero, mirando a todos con un gesto inexpresivo…

“Un sol entre tus ojos y los míos
Un sol que ni nos queme ni deslumbre
Un sol que nos alumbre y nos encumbre
En vuelo por los ámbitos vacíos…
Un sol entre tus ojos y los míos.
[...]

De nuevo se extrañó, releyó y reflexionó, mientras una música queda susurraba en sus oídos; miró por la ventana, la ciudad parecía más majestuosa que de costumbre, después de tanto vivir en un municipio tan pequeño se sorprendió de ver la grandeza desde arriba; a veces San Nicolás de los Garza es subestimado.
Ahí estaban las plazas, los centros comerciales, el vagón del metro que venía en dirección contraria, los enormes hospitales, las montañas lejanas, aderezadas con polvo, apenas cubiertas de nubes, y un sol que acariciaba las puntas, que lamía los picos, las perfectas imperfecciones de la madre tierra; y ahí estaba él, como un extraño, con emoción indescriptible de haber sido partícipe de aquél ocaso, de aquel fulgurante atardecer en que el astro rey coronaba vencedor a la montaña; pequeño él, pequeño el deseo. Desde aquella perspectiva todo parecía pequeño.

“…Un vuelo azul, un sosegado vuelo
Sin vértigo fugaz ni zumbo de ala;
Un vuelo de quietud, ala y escala
Para ir al cielo sin dejar el suelo…
Un vuelo azul en sosegado vuelo.[...]“


Una torre que de noche encendía, Estación Anáhuac.
La grandeza, los edificios de respeto, una torre aún más grande que la anterior, una explanada, un edificio achaparrado y café y por último un estadio; Estación Universidad. Sonríe, él va a ver a menudo ésta estación el próximo año.
Una enorme mole de concreto y pintura, enmarcada por un pequeño dejo de bosque y un lago verdoso donde descansaban los patos, personas corriendo y el andén casi vacío; Estación Niños Héroes.
La luz se extingue, los focos parpaedan y las personas se aferran a los tubos, no hay nadie en los pasillos y el tétrico escenario denota lo que es: solo un paso para no alargar mucho la vía; Estación Regina.
Pasan las estaciones, los metros se consumen debajo de las ruedas, aferrados a las vías antaño electrificadas; los vagones se estremecen, una secretaria frente a él se acomoda el cabello y se alisa la falda; el hombre de la izquierda ronca, el de la derecha juega con un iPod y se rasca la barba mal afeitada.

“…Un ir sin más volver, como dos ríos,
Que van al mar en fraternal corriente;
Y mansamente y paralelamente,
Olvidando sus orígenes sombríos…[...]“


Deambula por el andén de la Estación General Zaragoza.
No suelta el libro, incluso usa su dedo de separador de hojas; un guardia lo vé venir y se incomoda. Pasa de largo.
Entra en el laberinto multicolor de túneles pastel, no sabe por dónde salir… no sabe por qué salir.

“Un ir sin más volver, como dos ríos.
Un toque sideral que llame al cielo:
Melodía que es mía, tuya y mía
Para ir en melodiosa compañía
Y en un doble morir de almas en vuelo.[...]“


Sale, está un poco oscuro.
Es recibido por las luces de los autos, por el rugir del motor, por el extraño sonido de las llantas en el pavimento decorativo que te hace estar seguro de encontrarte en el centro de Monterrey; los pillidos del semáforo peatonal le hacen tomar dirección, ve a lo lejos la mole naranja, el Faro del Comercio; se distrae mirando, a lo lejos, la fuente de Neptuno, todo parece serle sincero, parece contarle una historia distinta, parece gustoso de verlo caminar por aquella enorme plaza pública.
La vista del cerro ya enmarcado de luna lo enamora, por último, de aquella urbe; renace en su corazón la Sultana del Norte, y hasta parece que los pillidos del semáforo han dejado de sonar.
Por último, para terminar la noche con una sonrisa en la cara, recuerda las luces del Transmetro, y gente extraña mirándolo desde la Plaza Morelos; reflexiona de nuevo: en aquel camión azul comenzó su travesía, en aquel camión azul que nunca se detendría…

“Un toque sideral que llame al cielo;
Un sol entre tus ojos y los míos;
Un vuelo azul, un sosegado vuelo;
Un ir sin más volver, como dos ríos.”

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