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domingo, 27 de noviembre de 2011

Actualidades III - Narcoimprovisado (o Último Amor)

Ahí estabas tú, dormida.
Tu respiración acompasada, sedante, dulce; y ahí estaba yo, mirándote.
Me levanté discretamente, intentando no hacer ruido.
Ahí seguías tú, casi inerte, casi etérea, casi desnuda, los cabellos casi enmarañados.

No hice mucho por mi, mas que tomar las prendas que yacían en el piso.
Tomé mis anteojos, mis zapatos y el reloj que me regalaste; dejé mi invariable cadena de plata, como sutil regalo, encima de la nota que observaba sobre la mesa de noche.
Para cuando salí serían las seis de la mañana.

Por la calle el frío corrió por mi espalda y de regreso, pero después me llenó la satisfacción de saber que tú tendrías mi abrigo entre tus brazos, como otro recuerdo más de mi efímero paso por tu habitación.
No hay manera de explicar la noche, el perfume de tus labios, el brillo de tu cuerpo al contraste con la tenue luz de la lámpara fuera de la ventana, donde se contoneaban las ramas del nogal que siempre te dio pavor.
No pueden las palabras describir el derroche, el vino, el suave olor de tu piel, las tímidas sonrisas, el atrevido mordisqueo, la felicidad, la luz, la oscuridad siquiera; no es humanamente posible describir la culminación de todos estos años de enamoramiento.

Ahí estabas tú, de nuevo en mi mente.
Ahí estaban tus risas, tus burlas; ahí estaban las clases de preparatoria, las salidas de universidad, el casi beso la noche de graduación; ahí estaban tus labios, aquellos que siempre quise.

Para cuando estaba lejos escuché tu nombre.
Las letras que más amo las encontré en cada sílaba de aquél suspiro, en cada curva de tu cuerpo, en cada vez que me miraste y mordiste tus labios.
Y yo lloraba, lloraba como nunca antes había llorado.
Porque el otoño acababa con tímidos resoplidos, porque el autobús mermaba su marcha a cada semáforo, porque la ciudad es cada vez más caótica; porque no te tendría de nuevo, amiga, hermana, amante.

Por donde pasaba te recordaba, y más ahora que a vista de águila podía ver tu apartamento desde aquel desfiladero tercermundista que muchos llaman hogar; para cuando llegué a mi destino no podía hacer más que mirar al horizonte, buscándote a la sombra de las montañas, entre los rayos de sol que entre las nubes se cuelan en manchas, manchas de vida, de muerte.
Ahí estabas tú, entre mis lágrimas, entre mis recuerdos.

Grité tu nombre al viento, pero no me respondiste. Aún así, sabía que ahí estabas.
No me preguntes cómo sucedió, pues ni yo lo sé, de pronto mi alma no pudo más, y cuando lo quise parar tenía el cañón del revólver apuntando a mi sien.
Ahí estabas tú, llorando por mi, soy un cobarde.

Cuando me di cuenta era tarde, nunca te volví a ver, nunca te volví a abrazar, a besar, nunca repetimos esa noche, esos días, esos paseos y nuestras risas; pero el que juega con fuego termina con plomo.
Cuando el disparo resonó en la anchura de la cordillera de casas a medio construir, yo sólo pude sollozar, decir tu nombre y pronunciar con un hilo de sangre la última confesión: Te Amo.



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