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jueves, 16 de febrero de 2012

Crónicas del Concreto II - El Gabo

-Algunas historias suelen no comenzar por el principio, esta es una de ellas; y es que la ciudad a veces tiene cosas que contar, de la misma voz de quien la mantiene viva; cuando los andantes del concreto comienzan su travesía y seguimos su historia sucede, a veces, que hasta la más insignificante vida, como la de Fernando, puede revelarnos el mundo que hay más allá de una sucia pantalla.
El Gabo es, sin duda, un personaje singular, de esos que te marcan la vida sin siquiera ser parte fundamental de ella.-
-Parte 1: Crónicas del Concreto I - Fernando, el contador-


Gabriel me llama mi madre cuando se molesta a tal grado que todo el municipio la escucha.
El Gabo es sin duda más cómodo, para mi, para ella, para todos.


No creo interesante mi vida más allá del típico universitario. ¿Qué más podré narrar que sea interesante?


Bueno, ayer mismo por la noche me lo topé -tal vez esto rellene un poco la historia-.
Parecía un tanto apagado, aunque un tipo que vive solo como su alma -y su gato- y que se la pasa haciendo cuentas en un cubículo no es precisamente una fuente de felicidad.
Anoche sin embargo se veía peor que siempre -y eso ya es mucho decir-.

"Fer, hace mucho no te dejas ver", le saludé con una lata de Arizona en una mano y una bolsa de papas en la otra, sinceramente me veía a mi mismo de diez años de nuevo.
"Hola, Gabo, sí, es complicado a veces salir seguido, y ya vez cómo se enfermó Gonzalo, no he tenido libre tiempo entre el trabajo y la veterinaria", respondió sin ganas, mientras acomodaba torpemente las bolsas en su tambo de basura.
"¿Pasa algo, Fer?", pregunté con una curiosidad no muy cortés, siendo sincero.
"Pues, lo normal, mi jefe es un idiota y quiso jugar al contador, pero ahora su declaración de impuestos no encaja y adivina a quién puso a arreglarla", admitió a medias con cara de desencanto.
"Ya... ¿estás seguro de qué es todo?", pregunté de nuevo sin medir mi cortesía, realmente había algo en el rostro de aquel hombre que parecía más demacrado de lo normal, incluso en términos de Fernando.
"Pues...", comenzó tartamudeando, tal vez dudando, tal vez escogiendo sus palabras, "... creo que te puedo considerar como mi único amigo, acompáñame, me quiero sentar un rato". Es raro que piense eso después de pasar todo el día sentado, pero bueno, es mi impresión.

Lo acompañé hasta las mecedoras en su patio, en una se tumbó sin vacilar, mientras en la otra me senté delicadamente -no me gustan mucho las mecedoras, ya saben, traumas de la infancia-, luego tomó aire de un suspiro y comenzó a contar.
"Ha sido una semana difícil, Gabo, primero lo de mi gato, luego una multa por no darle mordida a un tránsito de Guadalupe, luego mi jefe con su chingadera...", tomó más aire aún, como esperando inhalar los sonidos correctos, "... y para acabarla, Carolina terminó conmigo ayer".

Me quedé como congelado un rato, ciertamente era la única novia que le había conocido en mis dieciocho años no he hecho más que vivir al lado de su casa, así que realmente parecía algo serio; su voz se quebró un poco al recordar toda la historia, pero el ataque de celos que me describió me dio un sincero alivio, es decir, ¿qué hubiera pasado de haber seguido con una mujer tan posesiva?, no soy un genio, pero creo que sé que ese tipo de relaciones no terminan del todo bien.

Sólo pude dedicarme a mirarlo fijamente y darle palmadas en el hombro mientras sollozaba mirando al suelo.
A veces es extraño ser quien escuche las penas de un hombre maduro y -dentro de lo que cabe- exitoso.
Pero, así es esto, un día sales repentinamente a sacar la basura de tu casa y al otro ya juegas al psicólogo con el vecino.
Me pregunto qué podrá pasar mañana...

-Porque nadie sabe a dónde va a hasta que llega; esta historia continuará...-




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