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lunes, 23 de enero de 2012

Crónicas del Concreto I - Fernando, el contador

-Algunas historias suelen no comenzar por el principio, esta es una de ellas; y es que la ciudad a veces tiene cosas que contar, de la misma voz de quien la mantiene viva. Los andantes del concreto comienzan su travesía.
Esta vez toca turno a Fernando, contador medio frustrado, personaje principal de nuestras crónicas, de alguna u otra manera.-


Y cuando me di cuenta, eran ya las seis de la tarde.
El final de un día largo, tan largo como cualquier otro día de los últimos tres años en ese pequeño cubículo, en donde las únicas cosas que me hacían sentirme individuo eran mi corbata roja, el fondo de pantalla de la computadora -nada menos que Gonzalo, mi gato- y la foto de la Carolina quien, hasta ayer, era mi novia, y que extrañamente no me había atrevido a arrancar del escritorio.


Apenas me despedí, como siempre; tomé las llaves de donde sé que nunca se me perderán, encima del CPU.
Bajé con el paso derrotado de siempre por las escaleras, mientras mi mochila, colgada a un hombro, me hacía perder poco a poco mi profesionalismo, a la par que mi corbata floja y mi camisa desfajada gritaban "libertad".


Me encaminé hacia el estacionamiento del edificio y busqué mi auto.
El Ford Ka modelo 2003 seguía ahí, en el mismo sitio que había ocupado los últimos dos años y medio.
Encendí la máquina y pronto me encontré vagando con la vista entre los locales a la orilla de la avenida Colón.
Semáforo tras semáforo, camión tras camión que me rebasaba mientras mi compacto y yo sólo podíamos hacernos a un lado en el camino; luego el niño de siempre -a esta altura debe ya tener unos doce años- viene de nuevo a limpiar mi parabrisas.


Las calles de costumbre pasaron de nuevo.
Tomé rumbo al norte de la ciudad por Emilio Carranza, luego la burlona calle Progreso, con más baches que el pueblo de mi abuelo; Vicente Guerrero, para incorporarme a Ruíz Cortines, cada vez que repetía esa ruta me daban ganas inmensas de volar lejos, y ese día no fue la excepción.
La avenida San Nicolás se dibujó y pronto di la vuelta arrebatándole valientemente el paso a un enorme tráiler, rasgo de mi claro perfil suicida-molestoso -ya sabe, un Ford Ka es más bien una mosca para un enorme transporte doblecaja-.
Terminé de milagro en mi casa.
Colibrí, número 218, por si se lo preguntaban, en algún lugar de la colonia Cuauhtémoc.


Y ese fue el final de un día como cualquier otro.
Aún no comprendo cómo es que de alguna manera esto pueda interesar a alguien.
De hecho aún no comprendo cómo es que yo mismo he mantenido todo esto durante tanto tiempo.
Aquí estoy, sentado frente al televisor, pseudoescribiendo, psuedocenando, pseudopensando. Más allá del brazo del sillón está el teléfono, símbolo de mi arrebato contenido, con el número de Carolina a medio marcar.


Nada más relevante que sacar la basura esta noche, y el saludo de rigor a Gabo, el mayor de los hijos de los vecinos; vaya vida.
Vaya vida.


-Porque nadie sabe a dónde va hasta que llega; esta historia continuará...-



1 comentario:

  1. Me gusta como escribes :) La historia me parece buena y espero ver la segunda parte.
    ¿Una crítica larga?
    Mmmmmm... Tu uso de los signos de puntuación es admirable, la narrativa realza los puntos clave de la historia (por lo que me parece buena) y el desenlace es corto, rápido y sin resonancia lo que va bastante bien con el carácter del personaje, creo yo, pero la verdad no soy crítica de nada... so...

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